jueves, 16 de septiembre de 2010

Una lectura cruzada de la Independencia mexicana (desde el psicoanálisis)

En uno de los momentos de "Tótem y Tabú", Freud ofrece una interpretación sobre las primeras agrupaciones humanas, reunidas en la figura de la horda primitiva, gobernada en su totalidad por un único macho con características despóticas y unilaterales. Los otros machos, sus hijos biológicos, experimentaban una afección ambivalente hacia ese jefe-padre, un amor-odio hacia quien los protegía, procuraba el bienestar de la horda, y quien, a final de cuentas, les había dado la vida; pero al mismo tiempo violentaba y limitaba sus pulsiones, especialmente porque sólo aquél podía aparearse con las hembras del grupo.

En un momento dado, el sentimiento de hostilidad conjugado con la pulsión sexual llevaron a los hermanos a aliarse para asesinar al patriarca. Una vez cometido el parricidio, disipada la hostilidad, se reavivó aquel sentimiento de amor hacia el padre: llegó la culpa a la esfera humana. La figura del padre se interiorizó entonces como ley, primero como tabú, los hermanos no pudieron mirar sexualmente a sus hermanas y madres; el padre muerto se convirtió a su vez en un ideal sagrado, un tótem.

¿No habrá pasado algo similar en los inicios del México independiente?

Material y formalmente Iturbide consumó la independencia. Por ambición, sí, pero en la práctica llevó a término lo que legítimamente habían comenzado otros. A todos nos habría gustado que Hidalgo consumara la Independencia, o un Morelos, inclusive un guerrero por sí mismo, todos ellos figuras más cercanas a lo venerable (en el fondo, a todos, especialmente a los latinoamericanos, nos gustaría tener un mejor padre, si no, pregúntenle a los hijos de Pedro Páramo). ¿Por qué tuvo que ser Iturbide (o por qué nos tocó España y no Inglaterra o Francia)? Pero nadie puede cambiar a sus padres.

Llegado el momento, los insurgentes sobrevivientes no toleraron que una sola persona ostentara el poder (el patriarca de la horda); lo desterraron. Pero éste, ambriento, ambicioso, incansable, regresó; lo fusilaron.

¿No habrá advenido un sentimiento de culpa similar al parricidio original? ¿Dónde estaría el tabú, lo prohibido, y dónde el tótem, el padre muerto idealizado?

El tabú: tal vez en ningún otro país la palabra "reelección" provoque tanto escozor como en México; está mal visto, queda tajantemente prohibido acceder a aquello a lo cual sólo el patriarca tenía acceso: en la horda primitiva el apareamiento indiscriminado, en la joven nación el ejercicio indiscriminado y personal del poder.

(pero lo prohibido juega con el deseo)

El tótem: aquel padre potente (que pudo consumar la Independencia con su mera decisión y acción política, poniendo un alto al derramamiento de sangre) queda idealizado en el culto a la personalidad, el culto a los caudillos.

Desde entonces, tótem y tabú de la nación mexicana se entremezclan en un juego ambiguo que se encuentra en la raíz de una neurosis. Por una parte se buscará impedir a toda costa que un solo individuo se haga con todo el poder; y sin embargo, se le desea, se espera la resurrección del padre en la figura de un caudillo potente. Este deseo, principalmente sostenido por la vena conservadora del país llegó a satisfacción una vez más: Maximiliano. Pero la vena liberal se encargó de hacer cumplir el tabú: el emperador pasado por las armas una vez más.

Esos caudillos potenciados recorren la historia de México (Santa Ana, Díaz, Villa, Zapata, Elías Calles), todos ellos venerados en su momento, todos ellos sostenidos por el pueblo, todos ellos desterrados o asesinados; la disposición ambigua del mexicano ante el autoritarismo.

Probablemente el siguiente paso fue "sublimar" el deseo de ese padre-caudillo potenciado en la figura de la dictadura de partido (el significante "partido" no deja de guardar cierta relación con significantes como "pater")

La buena noticia: todo dictador será enterrado por el pueblo mexicano.

La mala: el pueblo mexicano seguirá buscando salvadores, idealziando caudillos, coqueteando con el autoritarismo, y al mismo tiempo seguirá sintiendo culpa de ejercer auténticamente su independencia (objeto conseguido por el patriarca originario, hecho tabú para sus hijos despotenciados).

... hasta que entre en un profundo autoanálisis, la huella de la historia sea borrada, o entregue su soberanía a una potencia extranjera.