domingo, 1 de noviembre de 2009

Garabatos: (principio de) indeterminación otológica

En 1927 se enunciaba uno de los principios que sería pieza clave para construir el edificio de la física cuántica, que, hoy lo sabemos bien, cambiaría la manera de concebir el universo y nuestra condición de ciudadanos del kosmos. El principio de indeterminación (o incertidumbre) de Werner Heisenberg básicamente afirma que no se pueden determinar con precisión y de manera simultánea algunos pares de variables de una partícula dada; al tratar de medir su posición con exactitud se indetermina la precisión que podamos tener en cuanto a su velocidad, es decir que entre más certeza tengamos respecto a una variable, menos tendremos con la otra.

Esto hizo renunciar a la física a viejos ideales de la ciencia como la exactitud --entre varios otros que tuvo que dejar atrás con la relatividad y la cuántica--, lo que paradójicamente le permitió ser más certera en sus predicciones teóricas. Así, la más respetada y acreditada de las ciencias dio el salto a lo indeterminado, a lo borroso, a lo inseguro --en suma, a todo aquello que había negado la civilización durante dos mil años.

En ese mismo 1927 --porque claro, puede haber otros--, se publicaba Seind un Zeit de Heidegger, probablemente la obra filosófica más influyente del siglo XX. Heidegger se aventuraba a la gigantesca, casi megalómana obra de hacer una Destruktion, deconstrucción como Derrida nos propone, de la historia de la metafísica, es decir, la lectura predominante del ser que predominó (¿predomina?) durante la poca cosa de dos milenios o más.

No es el lugar para problematizar y profundizar sobre Ser y Tiempo, sólo tomemos dos de sus observaciones: que la historia de la metafísica --es decir Occidente y sus derivados-- se basa en un olvido de la diferencia ontológica, la diferencia entre Ser y Ente; con ello, segunda observación, se ha pretendido ver al Ser en lo Ente manera aproblemática, equiparar el Ser y lo Ente (con la resultante metafísica de la presencia que también subraya Derrida) o entregar el Ser a un Ente privilegiado como el Sujeto, el Cogito catrtesiano o la condición de Humano (Humanismo), entre otras --todas ellas expresión de una misma lectura.

Al desempolvar el camino de la diferencia va deconstruyendo el privilegio de los entes en los que se habían centrado tradicionalmente las lecturas del ser --prácticamente nadie sale librado, Descartes, Kant, Hegel, el mismo Nietzsche. El problema de esta Destruktion hace que deje Ser y Tiempo en puntos suspensivos --para nunca ser concluido (tal vez no pueda ser concluida una empresa semejante como es la pregunta por el ser). Y se encuentra con una problemática en la que su obra posterior seguirá adentrándose, el lenguaje.

Podemos decir que "cualquier cosa que sea el ser", para enunciarla, para conocerla tiene que "pasar por el lenguaje", menudo problema. El mismo Heidegger se pregunta, en obras como Identität und Differenz, si no es recaer en la metafísica el simple hecho de nombrar al ser, se pregunta si es posible un lenguaje "no representativo", para no cometer con el Ser la violencia metafísica acostumbrada y determinarlo en una entidad particular.

Tenemos que no podemos experimentar las cosas sin el ser: "esta es una computadora" (para no usar la mesa traída y llevada que ya debe estar en astillas), "esto otro es un mouse". Aunque la cópula "es" es (LOL) una estructura eminentemente indoeuropea (es decir, très occidentaux), varios investigadores han señalado que la función gramatical de cópula equivalente al "es" (ser) existe en todas las lenguas; no podemso decir los Entes sin el Ser (y menos si aceptamos la tesis de Lacan de que la mente se estructura como lenguaje). Luego de que se olvidó la diferencia ontológica y se quiso leer al ser en algún ente particular, nos preguntamos si podemos pensar el Ser no sin lo Ente sino en tanto que ningún Ente determinado, pero nos encontramos con el problema de que no podemos pensar ni decir el Ser sin el lenguaje.

¿Salir del lenguaje? ¿Decir el Ser con no-palabras y no-conceptos como la différance de Derrida? ¿Entregarnos a meditaciones metafísicas (curioso retorno a Descartes)? Lo cierto es que el ser está ahí (lindo juego el que podemos jugar en español o portugués al diferenciar ser y estar, un lujo que no se pueden dar los "tres hermanos mayores", inglés, francés y alemán), puesto que tenemos, como indica Heidegger siempre una preinterpretación del mismo.

Recuerdo un fascinante cuento de Borges, "La escritura del Dios" --tan solo refelxionar sobre el título; "escritura", con todos los ecos derridianos, y marcar con una "l" del dios, ¿decir del dios no es matar a "el dios"? ¿no es entonces una huida, no aseguro si salida, de la metafísica? Cuando el protagonista del cuento finalmente comprende la escritura del dios (no diré más de la trama por respeto e invitación para quien no lo haya leído), no puede y no desea decir "lo que leyó", es imposible comunicarlo y, en fin, irrelevante. Borges nos da una pista, si algo como comprender la unidad del ser fuera posible tal vez una predicación de semejante comprensión sería impracticable.

Así, cuando queremos aprehender lo Ente no podemos hacerlo sin cierta noción del Ser; y cuando se ha querido aprehender el Ser no se ha hecho sin que sea a aprtir de lo Ente o al menos a partir del lenguaje. Así pues, ha sido infructuoso todo itnento por determinar el Ser como una totalidad, con la precisión de un principio indudable (esa búsqueda ha sido el signo de la metafísica). Este aparente callejón sin salida recuerda un poco a la cuántica.

¿No será que la estructura física del universo es muy próxima a su estructura ontológica? No podemos medir la posición de un electrón sin que se nos escape su velocidad; no podemos llegar al Ser sin echar mano de una entidad, ¿no se intuye algo similar, una especie de (principio de) indeterminación ontológica). Tal vez se pueda llegar al Ser emancipado de todo Ente, como consigue Tzinacán, el protagonista de Borges, pero en ese caso se tiene que dejar de ser un ente, el ente que somos el Dasein (como una consecuencia de la Relatividad, para que algo pueda viajar a la velocidad de la luz debe tener masa cero, condición que únicamente cumple el fotón, que es el cuanto de la luz).

Para entender el Todo (la Teoría del Todo, una de las empresas más ambiciosas en que participa la cuántica), para entender el Ser habría que salir de la condición determinada del entendedor que es uno mismo (en otras palabras, la anti-fórmula del cogito cartesiano), olvidarse de uno mísmo. Aquí, el último fragmento de "La escritura del Dios":

Entonces ocurrió lo que no puedo olvidar ni comunicar. Ocurrió la unión con la divinidad, con el universo (no sé si estas palabras difieren). El éxtasis no repite sus símbolos; hay quien ha visto a Dios en un resplandor, hay quien lo ha percibido en una espada o en los círculos de una rosa. Yo vi una Rueda altísima, que no estaba delante de mis ojos, ni detrás, ni a los lados, sino en todas partes, a un tiempo. Esa Rueda estaba hecha de agua, pero también de fuego, y era (aunque se veía el borde) infinita. Entretejidas, la formaban todas las cosas que serán, que son y que fueron, y yo era una de las hebras de esa trama total, y Pedro de Alvarado, que me dio tormento, era otra. Ahí estaban las causas y los efectos y me bastaba ver esa Rueda para entenderlo todo, sin fin. ¡Oh, dicha de entender, mayor que la de imaginar o la de sentir! Vi el universo y vi los íntimos designios del universo. Vi los orígenes que narra el Libro del Común. Vi las muchas montañas que surgieron del agua, vi los primeros hombres de palo, vi las tinajas que se volvieron contra los hombres, vi los perros que les destrozaron las caras. Vi el dios sin cara que hay detrás de los dioses. Vi infinitos procesos que formaban una sola felicidad y, entendiéndolo todo, alcancé también a entender la escritura del tigre.

En una fórmula de catorce palabras casuales (que parecen casuales) y me bastaría decirla en voz alta para ser todopoderoso. Me bastaría decirla para abolir esta cárcel de piedra, para que el día entrara en mi noche, para ser joven, para ser inmortal, para que el tigre destrozara a De Alvarado, para sumir el santo cuchillo en pechos españoles, para reconstruir la pirámide, para reconstruir el imperio. Cuarenta sílabas, catorce palabras, y yo, Tzinacán, regiría las tierras que rigió Moctezuma. Pero yo sé que nunca diré esas palabras, porque ya no me acuerdo de Tzinacán.

Que muera conmigo el misterio que está escrito en los tigres. Quien ha entrevisto el universo, quien ha entrevisto lo ardientes designios del universo, no puede pensar en un hombre, en sus triviales dichas o desventuras, aunque ese hombre sea él. Ese hombre ha sido él y ahora no le importa. Qué le importa la suerte de aquel otro, qué le importa la nación de aquel otro, si él ahora no es nadie. Por eso no pronuncio la fórmula, por eso dejo que me olviden los días, acostado en la oscuridad.

Desde mi punto de vista, una "ontología probabílistica" o no-determinista, entre otros apellidos, todos ellos emparentados con el gesto de la cuántica (que no sería imitar un gesto sino co-rresponder con el mismo gesto a un momento histórico, cultural, científico en el que el hombre está re-leyendo su interpretación de sí mismo, del ser, y del universo.

Considero que algunos proyectos de una ontología no determinista han iniciado en un Levinas que piensa la otredad, un Derrida que piensa la différance. Lo cierto es que, afortunadamente, hay mucho camino por andar.

(Fotos: Heisenberg, Heidegger, Borges y Derrida respectivamente)

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