lunes, 23 de julio de 2012

El sueño insomne (cuento)


Sus párpados se habían convertido en lijas, con cada abrir y cerrar se desprendían cientos de ásperos remanentes, sentía que su mirada se desangraba. El tiempo se mostraba errático: a veces se plegaba y un millón de instantes se condensaban en un segundo, y repentinamente, ¡plop!, estallido de burbuja, crujir de hojas secas; a veces se estiraba y varios minutos, perezosos, no alcanzaban a colmar un instante, tiempo coagulado. En la planicie de su piel caían los rayos del sistema nervioso, un temblor aquí, otro allá, como un mala imitación de Parkinson. Eran algunos síntomas de su insomnio.
Todo comenzó cuando se le ocurrió –por mera inquietud intelectual o por el placer de entrar por la puerta grande del sueño lúcido– la torpe idea de capturar el momento preciso en que se quedaba dormido, estar consciente en el momento exacto en que se pasa de la vigilia al sueño. Desde luego, todo era inútil y estúpido, pues como todo mundo sabe, el sueño se abre paso en un hiato de la conciencia, es un acontecimiento incontrolable, incalculable, imprevisible; era como ir en caza del Snark, buscar lo inconcebible, y si acaso la presa parecía por un momento haber caído en la trampa era porque ya el cazador se había disuelto, es decir, ya estaba dormido. Lo único que conseguía era postergar cada día más el momento del sueño hasta que, evidentemente, no pudo dormir. La conciencia, esa maquinaria del Yo, había sido echada a andar a todo vapor, tanto que ya no podía ser apagada ni frenada; la conciencia se había convertido en una sustancia viscosa que no podía quitarse de encima. Ahora lo único que quería era dormir.
Después de intentar varias cosas, se le ocurrió una idea en un arranque de lucidez: acostado, intentando dormir, imaginó que soñaba que no podía dormir, imaginó sentir el cuerpo pesado, que no podía salir de su sueño insomne, de esta manera lograría cercar al insomnio y atraparlo en las redes del sueño. ¡Y lo logró! Poco a poco, sin darse cuenta por supuesto, se quedó dormido, durmió como desde hacía mucho no podía hacerlo. Se ufanó de su ingenio, ¡un logro más de la conciencia, del Yo sobre lo incontrolable!
Pero como sucede con toda victoria, fue cantada demasiado pronto. Ya no podía dormir de otra manera que no fuera simulando que soñaba que no podía dormir. La tregua y el descanso duraron sólo un par de noches, al cabo de las cuales su sueño insomne se tornó tan profundo, se sintió tan real, que despertó con todos los estragos del insomnio. No importaba que durmiera durante diez horas ininterrumpidas, en el sueño estaba despierto. Su vida entera, sin descanso, comenzaba a ser carcomida por su sueño insomne. Era un exiliado en las cumbres peladas del insomnio. Desesperado, deseaba que tanta lucidez fuera una horrible pesadilla de la que no podía despertar.

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