Sus
párpados se habían convertido en lijas, con cada abrir y cerrar se
desprendían cientos de ásperos remanentes, sentía que su mirada se
desangraba. El tiempo se mostraba errático: a veces se plegaba y un
millón de instantes se condensaban en un segundo, y repentinamente,
¡plop!, estallido de burbuja, crujir de hojas secas; a veces se
estiraba y varios minutos, perezosos, no alcanzaban a colmar un
instante, tiempo coagulado. En la planicie de su piel caían los
rayos del sistema nervioso, un temblor aquí, otro allá, como un
mala imitación de Parkinson. Eran algunos síntomas de su insomnio.
Todo
comenzó cuando se le ocurrió –por mera inquietud intelectual o
por el placer de entrar por la puerta grande del sueño lúcido– la
torpe idea de capturar el momento preciso en que se quedaba dormido,
estar consciente en el momento exacto en que se pasa de la vigilia al
sueño. Desde luego, todo era inútil y estúpido, pues como todo
mundo sabe, el sueño se abre paso en un hiato de la conciencia, es
un acontecimiento incontrolable, incalculable, imprevisible; era como
ir en caza del Snark, buscar lo inconcebible, y si acaso la presa
parecía por un momento haber caído en la trampa era porque ya el
cazador se había disuelto, es decir, ya estaba dormido. Lo único
que conseguía era postergar cada día más el momento del sueño
hasta que, evidentemente, no pudo dormir. La conciencia, esa
maquinaria del Yo, había sido echada a andar a todo vapor, tanto que
ya no podía ser apagada ni frenada; la conciencia se había
convertido en una sustancia viscosa que no podía quitarse de encima.
Ahora lo único que quería era dormir.
Después
de intentar varias cosas, se le ocurrió una idea en un arranque de
lucidez: acostado, intentando dormir, imaginó que soñaba que no
podía dormir, imaginó sentir el cuerpo pesado, que no podía salir
de su sueño insomne, de esta manera lograría cercar al insomnio y
atraparlo en las redes del sueño. ¡Y lo logró! Poco a poco, sin
darse cuenta por supuesto, se quedó dormido, durmió como desde
hacía mucho no podía hacerlo. Se ufanó de su ingenio, ¡un logro
más de la conciencia, del Yo sobre lo incontrolable!
Pero
como sucede con toda victoria, fue cantada demasiado pronto. Ya no
podía dormir de otra manera que no fuera simulando que soñaba que
no podía dormir. La tregua y el descanso duraron sólo un par de
noches, al cabo de las cuales su sueño insomne se tornó tan
profundo, se sintió tan real, que despertó con todos los estragos
del insomnio. No importaba que durmiera durante diez horas
ininterrumpidas, en el sueño estaba despierto. Su vida entera, sin
descanso, comenzaba a ser carcomida por su sueño insomne. Era un
exiliado en las cumbres peladas del insomnio. Desesperado, deseaba
que tanta lucidez fuera una horrible pesadilla de la que no podía
despertar.
¡Genial! :D
ResponderEliminar¡Hola Jacqueline! Gracias por leerlo. Un abrazo! ñ_ñ
ResponderEliminarme gusta la manera en como lo describes ... !!! :)[me encanto..]
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